Fuente: Harpo Habla!
En el Hillcrest conocí a un individuo llamado Lee Langdon, que era uno de los mas prestigiosos jugadores de bridge del país. Langdon tenia la idea de fundar un club de bridge y me pidió ayuda para financiarlo y usar mi nombre como propaganda. Me gustaba la idea y accedí. El Club de Bridge de Beverly Hills fue un éxito inmediato. Alquilamos unas habitaciones lujosas en el Wilshire Boulevard, y elegimos a unos socios fundadores a la altura del local. La mayoría de los que participaban en la Mesa Redonda se incorporaron, junto con la flor y nata de la colonia cinematográfica, desde Norma Talmadge hasta George Raft. Cobrábamos a los miembros por hora de juego. Rara vez había un asiento vacío, así que antes de cumplir seis meses, el club me había devuelto mi inversión. Me convertí en un accionista silencioso y dediqué mi tiempo libre al golf, como siempre. Debido a eso me perdí uno de los momentos mas dramáticos de la historia del club de bridge. Aquel día me vinieron a buscar a los vestuarios del Hillcrest. Era Lee Langdon al teléfono. Casi no podía ni hablar. Me dijo: —Por Dios, Harpo, ven corriendo. No to pares ni en los semáforos. Cuando llegué al local, una socia del club, una señora robusta de unos cuarenta años, esposa de un productor de cine, sollozaba histéricamente. Otras dos señoras trataban de calmarla, sin mucha eficacia, y Lee Langdon caminaba arriba y abajo retorciéndose las manos. Lee me introdujo en la oficina.
—Es una crisis grave —dijo—, tenemos que pensar rápido si queremos salvar el club. Me contó lo que había sucedido. La señora gruesa estaba jugando al bridge con Harry Ritz y otras dos personas. Al terminar el juego, cambiaron de parejas, y Harry Ritz echó su silla hacia atrás para dejar pasar a la dama por delante de él.
En ese momento, Harry fue súbitamente presa de un impulso diabólico y la mordió en el trasero. Ella soltó un aullido y empezó a correr por todo el lugar gritando que «aquel hombre horrible» debía ser expulsado del club. Lee dijo que no podía expulsar al señor Ritz del club. La idea era ridícula. Harry era un miembro fundador y era muy bien considerado. Si no era expulsado, dijo la dama, ella se marcharía y formaría su propio club y se llevaría consigo a la mitad de los miembros, a todos los que quisieran pagar por un lugar decente y seguro para jugar.
A continuación, se puso histérica, y entonces fue cuando Lee corrió a llamarme. Salimos de la oficina para encarar la crisis. La dama se colgó de mi cuello. Tras escuchar su versión de la historia entera, le dije: —Lo siento, pero el señor Langdon y yo hemos revisado las normas con todo cuidado; no se dice en ningún momento que un miembro no pueda morder a otro miembro en el trasero.
Ella estaba a punto de estallar de nuevo cuando levanté la mano, sonreí y le dije: -Sin embargo! Sin embargo, con el mayor gusto incluiremos esa regla de ahora en adelante: cualquiera que haga lo que ha hecho Harry Ritz será expulsado por seis meses. —No —dijo ella, secándose los ojos con el pañuelo—. Debe ser una expulsión de un año. Yo dije que pensaba que todo un año era un castigo demasiado estricto. Lee coincidió conmigo. La dama dijo: —Bueno, acepto diez meses. —Ocho meses? —dije yo. Ella cruzó los brazos y sacudió la cabeza. Los tres lo pensamos por un momento. Entonces yo dije: —Que le parece si lo dejamos en nueve meses? —Bueno —dijo la señora—. Acepto eso, pero ni un día menos. Se levantó y volvió triunfalmente a su mesa.
Así pues, incorporamos al reglamento una nueva norma: «A partir de la fecha, cualquier miembro del Club de Bridge de Beverly Hills al que se descubra mordiendo a otro miembro en el trasero sera automáticamente expulsado por un periodo de nueve (9) meses». Para mi gran decepción, no llegamos a tener ocasión de aplicar esa norma antes antes que estallara la guerra y el club desapareciera.