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Una lección Temprana de Humildad por Eric Kokish

Source: http://info.ecatsbridge.com

Empecé a jugar en serio en 1967, en el Campeonato de Verano de América del Norte en Montreal, mi ciudad natal. Como yo tenía menos de 100 master points no podía jugar en la Life Master Pairs, la Spingold, o el Master Mixed Teams. Sin embargo, mi amigo de toda la vida George Mittelman y yo hicimos nuestra marca (o asi lo pensamos) en los eventos secundarios, un día anotando más de 225 en un 156 top en dos eventos laterales de una sola sesión. Está bien, así que no era el gran momento, pero que teníamos apenas 20 años de edad, y todavía recuerdo corriendo a los eventos más importantes para poder observar a los grandes jugadores de la época, con la esperanza de que algo de su sabiduría se nos pegara. Aunque confieso que hoy no me apuro tanto, mi interés en la búsqueda de la verdad sobre el juego todavía me mantiene regresando por más.

Cuatro años más tarde, la mayoría de mis amigos y yo creíamos que nos habíamos convertido en muy buenos jugadores, y todos habíamos tenido cierto éxito a nivel nacional y al nivel de América del Norte. En 1971 en el Can-Am Regional, estaba jugando con mi gran y buen amigo Joey Silver, que me había tomado bajo su ala un par de años antes.

El Can-Am era nuestro torneo local más importante, y como había muchos menos eventos en cada torneo en aquellos días, ganar uno de ellos seguía siendo un logro especial. Joey y yo estábamos jugando el Open Pairs y nos iba bastante bien en la mesa, pero estábamos siguiendo una pareja lenta, nunca usábamos más de diez minutos por ronda para jugar las dos tablillas. La suerte quiso que, en uno de estas «cortas» ruedas la primera tablilla se llevara la mayor parte del tiempo disponible, y cuando extrajimos nuestras cartas para la segunda mano había sólo un par de minutos por jugar. Estas eran las cartas (direcciones alteradas):

Dador: Este Vul: Ambos

Subastamos rápidamente, pero con notable eficacia hasta 6NT, un contrato particularmente prometedor en matchpoints y uno que parece destinado a tener éxito cuando vemos todas las cartas. Sin embargo, en mi prisa por ponerme al día tomé la salida del J con la dama y jugué las espadas sin cobrar, ya sea un trebol alto o un corazón alto en el muerto, cualquiera de las cuales hubiera producido un resultado positivo. (No mencionemos la ausencia de un plan para hacer frente a la posibilidad de quedar en el muerto en la tercera o cuarta ronda de espadas.) Este tomó la tercera espada y jugó un segundo diamante, que gané con el as, descartando el 3 del muerto, fijando el destino de la mano en el palo de trebol. Como Este estaba marcado con 11 cartas en espadas y diamantes, Oeste era un enorme favorito para tener la J, así que reprimí una risita por mi descuido y con confianza jugué un trebol al 10… el valet, por lo que en ese momento no pude evitar reírme un poco más fuerte.

Este pensó que era bastante divertido también y demostró su alegría por haber recibido una entrada inesperada, poniendo uno a uno cada uno de sus cinco diamantes altos mientras el director aparecía. Como es posible que ya hayan visto, mi momento más grande en el bridge aún no se había completado. Cuando Este jugó su último diamante, este era el final de tres cartas:

aaxx 1

Yo sabía que Este tenia otra espada, pero era su carta restante era un corazón o un trebol? Tal vez tratando de justificar mi juego del palo de trebol en una medida que solo un masoquista podría apreciar, decidí jugar a que Este tuviera un segundo trebol y descarté el A del muerto. El deleite de Este al mostrarme la Q no fue ninguna sorpresa.

Y así sucedió como los jóvenes y (lo confieso) el tanto arrogante Eric O Kokish, que aspiraba a ser uno de los mejores jugadores de Canadá, finalizo menos 600 en un slam que estaba tendido … mmm … sin una finesse … Se me ocurrió que yo podría tener un futuro en el juego cuando le informé la mano al Daily Bulletin con una sonrisa en la cara, a pesar de la herida abierta en mi corazón. No ganamos la 1971 Can-Am Open Pairs.

Aunque no puedo confirmar con seguridad que este incidente me convenció de no tomarme a mi mismo tan en serio, sin duda contribuyó poderosamente. Años después, mi compañero australiano Bobby Richman me señaló que «todos somos máquinas de errores» con una capacidad ilimitada para cometerlos, con las baterías no incluidas. Reconocer esto hace que sea mucho más fácil tratar con nuestras insuficiencias.

Todavía miro hacia adelante al siguiente torneo importante porque es seguro que aparecerá algo nuevo e interesante que no he experimentado antes- lugares para ir, gente, algo digno de guardar en la memoria. A sabiendas de que esos momentos compensaran las inevitables decepciones.

 

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